CRONICUENTOS de Ultima Página, de Igor Delgado Senior (por Carmen García Guadilla)

 

Escaneado 20 jul 2016 17.59  Alguien pudiera pensar que es redundante leer un libro sobre noticias de ultima página, en una ciudad tan violenta como Caracas. Sin embargo, el enfoque tiene más que la recreación de la noticia, y es la sorprendente descripción de la personalidad imaginada de los personajes.

Igor Delgado es un escritor de larga trayectoria. De esto da cuenta la presentación realizada por el crítico Carlos Sandoval en el bautizo del libro en Mayo pasado, en el que se refiere al lenguaje de Igor como aquel en el cual cada término ha sido pensado en la balanza de una inteligencia semántica y auditiva sin par.

El libro se puede adquirir en: Librería Alejandría del Centro Comercial Las Mercedes, y Librería Lugar Común en Altamira.

A continuación el primer crónicuento del libro, así como el texto presentado por Carlos Sandoval sobre el autor.

SUPUESTA VÍCTIMA CONFESÓ QUE OBRERO LINCHADO NO ERA VIOLADOR (El Heraldo dominical)

El griterío, en volumen máximo, subió por los vericuetos del sector “H” de La Nada: un barrio de barriales al oeste de la capital. Decibeles alarmantes, alboroto en cadena, terrores sin freno. Hablaban de un violador que se había metido en el cuarto de una ninfa de catorce años (Ligia del Carmen para más señas específicas, y sola para más agravio).

La manifestación irguió su búsqueda y como en cualquier favela del mundo, los resultados fueron casi instantáneos, “Es el número 14, la niña se encuentra ahí, debe hablar”. La cámara de Pasolini -de hallarse entre la anécdota- hubiese atestiguado la indignación de la comunidad, las nuevas lágrimas de las mujeres viejas, el arrebato vuelto consigna y un cielo de nubes angostas.

(La cámara virtual enfoca a una Ligia, llena de pequeños silencios, que muestra las pruebas del estropicio: la falda rota, dos moretones en los brazos. En primer plano, un jergón; detrás, varios afiches del cantante Ricky Martin. Paneo de los detalles del cuarto, ruido de un celular, groserías en sonido de fondo.)

“¿Quién fue, Ligia del Carmen?”, preguntó la anciana mayor. “¿Quién fue, quién?”, repitió el coro de La Nada. La muchacha, tras una palidez infinitesimal, dejó caer el nombre de Gervasio.

Fuenteovejuna hizo el retrato humano e inhumano de Gervasio: “54 años aunque representa 64, obrero de la construcción desempleado, sin amigos ni esposa, detenido una vez por pelear en la calle, oriundo de Cali, analfabeto, individuo de pocas palabras y mirada extraña”.

La venganza, sedienta, se apoderó de la turba. Corrieron los hombres tras una sombra o un destello; hurgaron las mujeres debajo de las piedras; jugaron los niños al vocerío falso (“¡Se parece a Gervasio… pero no es!”). La noche enardeció el tumulto, o tal vez tuvo culpa el calor, ya nadie se atreve a confirmarlo porque la ley de La Nada impide autoflagelarse.

De repente, Gervasio apareció en escena. Estaba al lado de una escalinata, fumando, como si entre el humo esperase a los verdugos. Ligia del Carmen lo señaló (y juzgó) a punta de gemidos. Las explicaciones de Gervasio, sin comas, no se apreciaron: “Ella inventó la violación para robarme mi reloj mi cartera una plata una cadena”; y entonces la multitud estableció su sentencia inapelable (y ominosa): golpes, puñaladas, un ojo líquido por el suelo, las costillas en sismo de grietas, los pies al contrario del cuerpo, sangre para no olvidar, sangre para los anales de La Nada.

Cuando se llevaban a rastras los despojos, Ligia del Carmen vio hacia las alturas y se asustó. Temblaba, la lengua le partía en balbuceos las palabras, hipeaba, se sacudía, y así atropelladamente dijo: “¡Gervasio era inocente, Dios me perdone!”

Presentación Cronicuentos de última página, de Igor Delgado Senior (por Carlos Sandoval), Librería Alejandria, Las Mereces, Mayo 14, 2016

(…) De la estirpe de George Perec, Guillermo Cabrera Infante y Darío Lancini (y aquí no vale la fórmula municipal “salvando las distancias”), la narrativa de Igor Delgado Senior resulta una fiesta de la palabra y la polisemia. Lo cual no significa que la suya sea una práctica meramente lúdica y que sus historias constituyan simples pretextos para demostrar sus proverbiales destrezas en el manejo de la lengua. Por el contrario, lo que hace preciso y reconocible el estilo de Delgado Senior en el tejido de la literatura venezolana contemporánea es el modo como logra engastar en una delicada arquitectura ficciones tremebundas, jocosas y hasta trágicas que, gracias a la magia de su endiablada prosa, trascienden el campo de acción de la anécdota para convertirse en contundentes pruebas sobre las debilidades y virtudes humanas.

Este reconocimiento estilístico le ha ganado lectores adeptos y, más aún, aceptación crítica en un medio literario muchas veces refractario a juegos malabares y a demostraciones técnicas, en el falso entendido de que la literatura es un asunto serio, sin vicios de humor, celoso de la etiqueta.

Desde su primer libro de cuentos publicado por allá en 1979 (Ephphetae, un formato artesanal con solo tres relatos), las piezas de Delgado Senior superan los expectativas del lector al ofrecerle en el mismo empaque pasajes de alta comicidad, dosificada erudición, interés temático y, sin duda, el lujo de un lenguaje en el que cada término ha sido pesado en la balanza de una inteligencia semántica y auditiva sin par.

Como Perec, como Cabrera Infante, como Lancini, el buen Igor posee, permítanme la imagen, un cerebro matemático, una estructura mental que le permite organizar vastos y caóticos materiales narrativos (es decir, el mundo) en diminutos, nítidos universos cuentísticos que apenas leerlos se transforman, por fuerza de la memoria, en pequeños pero muy valiosos objetos de diamante. Exagera, dirán algunos. Los reto a comprobarlo en cualquiera de sus volúmenes de relatos o en este tomo que ahora presentamos: Cronicuentos de última página, una compilación diseñada, en apariencia, con base en el cotidiano despliegue de la violencia criminal; una nueva puesta en escena de uno de nuestros narradores más importantes del último tercio del siglo XX y de lo que llevamos del XXI.

Hablemos, pues, de este título.

Integrado por 46 textos de breve extensión, los Cronicuentos… revelan variadas peripecias criminales a las cuales nos hemos acostumbrado en este díscolo planeta, pero sobremanera en América Latina y, cómo no, en Venezuela. Con todo, no se trata de un repertorio relativo al flagelo de la delincuencia en sus disímiles manifestaciones; antes bien, Igor Delgado ha recurrido a la estrategia de imitar la última página de los diarios (de allí el nombre completo del libro), donde se suelen publicar (o solían, la Web ha cambiado todo) las llamadas noticias de sucesos. De este modo, utilizando una tesitura que recrea, en principio, el discurso periodístico, Delgado Senior desarrolla historias basadas en informaciones que semejan hechos ocurridos en las calles de cualquier ciudad latinoamericana, pero con énfasis en el seno de las torcidas cabezas de pillos aterradores y maleantes consuetudinarios. También, en el vertiginoso recuento personal que acompaña los minutos finales de las víctimas.

El aparente vínculo con casos noticiosos reales y con el lenguaje del periodismo cambia de signo al momento de arribar, apenas superadas unas líneas, al argumento ficticio –digo una obviedad– de los cuentos. Es lo que pasa, por ejemplo, en “Campeón mundial de boxeo, mató a su esposa y se suicidó”, donde la existencia de un atormentado boxeador es narrada como si se tratase de un programa de radio; lo cual crea ese efecto de extrañamiento típico de la literatura. Quiero decir, en esta pieza nos interesa la resolución de los dramáticos acontecimientos internos del relato, no la posible semejanza con un pormenor del contexto externo.

En otros trabajos del conjunto, la estrategia imitativa se decanta por exagerar algunas situaciones que superan la realidad: el asalto en la sala de cine que funde por instantes a los malhechores con los personajes de la película; el colombiano que fabrica dos submarinos para transportar droga y se roba uno; el detective de medio pelo asesinado en su primer empleo policíaco. Historias que difuminan los límites entre realidad y ficción (vieja problemática hermenéutica) y que Igor Delgado Senior no busca resolver: por el contrario, enturbiar más esa relación parece ser el interés general de estos “cronicuentos”.

Pero no todo es juego y divertimento ni corroboración de maestría en el dominio instrumental. De costado, entre líneas, en el salto de un párrafo a otro percibimos, de manera atenuada, cierta tristeza en la voz narrativa respecto de las historias que logra constelar: las trazas de un grito ya apagado que no termina de disiparse debido al enrarecido aire de maldad que determina el destino de todos los personajes del volumen. Traición y muerte, oportunismo e irracionalidad podrían ser los ecos de aquel grito.

Como quiera que sea, con Cronicuentos de última página, Igor Delgado Senior suma un título más a su solvente carrera de narrador: premio de excelencia a una vida dedicada a la escritura, honroso homenaje a la buena genética heredada de otro grande: su viejo e inolvidable Kotepa.

¡Salud!